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Dios Nunca Prometió

Fragmento de “Salmo 103: Nenhuma benção a menosde Oliver Amorim, traducción de Jacobo Santín

 

“Bendice, Oh alma mía, al Señor, y no te olvides de ninguno de sus beneficios.”

Dentro de todos los temas sobre Dios de los que debemos de meditar, el Salmista elige recordar los beneficios de Dios, o las bendiciones de Dios. Ese es el tema que une a todo el salmo.


El Salmista se dice a sí mismo, “No te olvides.” Eso implica que nuestra alma se puede olvidar de los beneficios de Dios si no somos cuidadosos. El flujo de la vida espiritual puede volverse una rutina mecánica en la que empezamos a olvidar que el Dios verdadero es un dios de beneficios. “Dios” no es solo una palabra, no es tan solo la pieza que necesitamos para que nuestra cosmovisión encaje. No es solamente un símbolo que nos da una identidad para distinguirnos de los ateos y paganos. No es un arma que usas para pelear con evolucionistas y progresistas. Sí, Dios puede ser estudiado y discutido en relación con todos esos temas, pero hay algo relacional en Dios que no puede ser soslayado por la sequedad del ritualismo o la erudición teológica académica. Dios es un Dios de beneficios. Él es un Dios de bendiciones. Él es un Dios que se relaciona con nosotros a través de bendiciones y manifestaciones. Él realmente hace cosas buenas por nosotros. Él nos beneficia. Él mejora nuestra existencia. Él quiere ser recordado por eso.


Si olvidarse de sus bendiciones sin querer ya es malo ¡Imagínate atacarlas deliberadamente! Es muy común ver a predicadores y corrientes teológicas enteras que se expresan con desprecio contra el tema de las bendiciones de Dios. Sobre todo los pastores y teólogos que siempre andan criticando el ”Evangelio barato” de las iglesias neopentecostales, siempre enfatizando que Dios no hará tal cosa por ti, o que Dios nunca te prometió aquello. Para ellos, Dios nunca hace nada concreto por nosotros, excepto mandarnos sufrimientos y tenernos en incertidumbre hasta que nos morimos. Son los que dicen que debemos amar al Dios de las bendiciones, no las bendiciones de Dios -al mismo tiempo que predican un Dios sin bendiciones. Ese espíritu de incredulidad y pesimismo detesta la idea de sus beneficios. Es como si los regalos de Dios nos pudieran desviar de Dios, como si enfocarse en las bendiciones de Dios fuera un paso más hacia el libertinaje y el materialismo. Esos mensajeros del diablo quieren cambiar el verso para que diga, “Olvídate de todos, o por lo menos de la mayoría, de sus beneficios.” Y logran engañar a muchísima gente.


Te voy a dar un consejo. Cuando un pastor empiece una frase con “Es que Dios nunca prometió que…” párate y vete. Ya oíste suficiente. Nada bueno va a venir después de eso.


Pablo describe a Dios como “Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos.” (Efesios 3:20) Supongamos que Dios nunca prometió cierta cosa ¿Y qué? Pablo quiere que pensemos en Dios como aquel que hará mucho más de lo que podamos pensar o hasta imaginar. No sé tú, pero yo puedo imaginar mucho. Los anti-evangélicos predican un Dios que “nunca prometió,” la intención es echar un balde de agua fría sobre nuestros sueños y expectativas. Pero compara eso con el hecho de que Dios prometió escuchar todo lo que pidamos en el nombre de Jesús, incluyendo milagros y hasta mover montañas. Piensa en Josué: Dios prometió que derrumbaría las murallas de Jericó, y lo hizo, pero él nunca prometió que detendría el sol, pero lo hizo también. ¿Ese es el Dios que conoces? ¿Ese es el Dios que te predican? Las promesas de Dios solamente son el punto de partida para que podamos recibir de él. Expande tu imaginación, sueña en grande. Vuela alto. Dios hace cosas por nosotros más allá de nuestra imaginación. Solo un idiota utilizaría las promesas de Dios para asfixiar tus esperanzas.


Ninguna relación puede durar únicamente con promesas. Yo nunca le prometía a mi esposa que no la maltrataría. Ella nunca prometió que nunca abortaría a mis hijos. Nuestros votos fueron cortos y generales. Imagínate que ignoráramos toda la historia que tenemos el uno con el otro, todo lo que conocemos, todos nuestros valores, y empezáramos a hacernos cosas horribles solo porque nunca prometimos que no lo haríamos. La verdad es que ni en una relación más superficial -como las que tenemos en el trabajo- funciona esa lógica de puras promesas. Ninguno de mis compañeros me prometió que no me golpearía y me cortaría una oreja, pero nos mantenemos cordiales.

El Dios de los cesacionistas nunca puede ser conocido íntimamente. Ninguna relación -desde la más íntima hasta la más superficial- puede durar cuando no hay por lo menos cierta medida de previsibilidad. Para los cesacionistas la soberanía de Dios significa incertidumbre absoluta. No importa a cuántos enfermos Dios haya sanado, cuántas oraciones haya respondido, cuántas riquezas materiales haya proveído, cuántas veces haya dado coraje y valentía, salvado de enemigos, obrado milagros, haya hablado con una voz audible, o se haya manifestado por medio de visiones en las Escrituras, cada oración y cada expectativa es incierta, con una probabilidad máxima del 50% de que Dios escuche, y 50 de que haga todo lo contrario. Ese es el Dios de los deístas. El cesacionismo es el pensamiento escéptico de la Ilustración, pero más deshonesto. Nada más.


Y para terminar de empeorarlo, esos predicadores no están en paz ni siquiera con lo que Dios ha prometido explícitamente, también pelean contra eso. Ellos dicen, “Dios nunca prometió sanar todas nuestras enfermedades,” pero sí lo prometió, justo ahí, en el siguiente verso de este salmo. “Dios nunca nos prometió prosperidad.” ¡Pero dos versículos después ahí está! Y eso que no estoy citando la Biblia entera. “Dios nunca te prometió una vida fácil.” Okay, pero nunca he escuchado a ningún cristiano, por más optimista que sea, decir lo contrario. Pero Dios sí ha prometido que nos daría victoria sobre cualquier dificultad, en el Salmo 34:19, por ejemplo. “Es que Dios nunca prometió que entenderías todo,” pues habla por ti mismo: nunca podrás entender todo, ni una milésima parte de todo, porque no tienes el Espíritu de Cristo ni consigues discernir las cosas espirituales que Dios ha revelado (1 Corintios 2:12-15). Con ese razonamiento tenemos que concluir que Dios no se atiene a lo que promete ¡Ni eso! Para estos creyentes la soberanía de Dios significa el derecho de Dios a mentir.

Sí, es bueno pensar en los beneficios de Dios. Es bueno pensar en lo que Dios hace por nosotros. Es correcto y loable concentrarnos en lo que viene de Dios y nos hace bien ¡Es bello meditar en lo que podemos conseguir de Dios! No tiene nada de antropocéntrico, interesado, o egoísta. Al contrario, pensar de esa manera es humilde, porque significa que estamos conscientes de nuestra dependencia en Dios. Mientras más pensamos sobre lo que podemos recibir de parte de Dios, más nos alejamos de la soberbia y de la pretensión de conseguir lo que queremos sin el Señor, por nuestra propia fuerza e ingenio. Los que finjen ser tan humildes que no tienen deseos, parados sobre las nubes en un éxtasis angelical (sin ofender a los ángeles) intentan conseguir lo mismo también: salud, dinero, inteligencia, buena reputación, relaciones, terrenos, casa propia, etc. Pero con sus capacidades humanas. Quizás le piden a Dios “bendecir” sus objetivos, pero a final de cuentas el factor determinante es lo que ellos puedan obtener por su cuenta, sin eso Dios no hace nada. Recibir algo de parte de Dios como lo haría un niño completamente dependiente de su padre es ofensivo para la soberbia mal disfrazada de esa gente. Si admiten siquiera que solo pueden conseguir cosas buenas si Dios lo permite, ¿Por qué dudan tanto en exaltar a Dios y enseñar sobre este tema? ¿Por qué tantos peros y sin embargos?


Tales predicadores solo reconocen las bendiciones de Dios en el pasado. Ellos dicen, por ejemplo, que todo lo bueno que recibimos de Dios es por gracia. Correcto. Pero para ellos la gracia sigue siendo impredecible, sin promesas y sin pactos. Bajo ese entendido les encanta decir, “¡Dios no te debe nada! ¡No tienes derechos delante de Dios! ¡Solo tienes derecho a irte al infierno! ¡Todo lo que Dios hace por ti es su gracia, no tu derecho! Para ser teólogos tan astutos, es increíble como entiendan la idea de “derecho” solamente en el ámbito del derecho natural o universal, no les pasa por la mente que existe el derecho contractual. ¿Cómo pueden presumir tanto de sus estudios sobre la “Teología del pacto”?

Ahora, si Dios ha hecho un pacto conmigo y ha hecho promesas y exigencias, él mismo me he dado el derecho contractual de esperar que él cumpla sus promesas, así como él tiene el derecho de esperar que yo obedezca y confíe en su Palabra ¡Esa sí es la gracia de Dios! Su gracia es tanta que me revela los beneficios que voy a tener, y los pone sobre una base solida que es su pacto.

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