Adaptado por Jacobo Santín de “I Will Never Leave You” de Vincent Cheung
“No te dejaré ni te desampararé.” (Josué 1:5)
Cuando Moisés iba a morir, llamó a Josué y le dijo, “Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará ni te desamparará.” (Deuteronomio 31:8) Después el Señor le dijo a Josué “Yo estaré contigo.” (31:23) Después de que falleció Moisés, el Señor se lo dijo de nuevo “No te dejaré ni te desampararé.” (Josué 1:5)
Incluso mientras Dios le repetía esta promesa a Josué una y otra vez, ya se la había dado antes a todo Israel. Había dicho por medio de Moisés: “Porque Jehová tu Dios es el que está contigo, no te dejará ni te desamparará.” (31:6) Así que Josué no era el único que podía tener la presencia y apoyo de Dios, porque cuando Dios le dijo “Yo estaré contigo” también le dijo “Tu introducirás a los hijos de Israel en la tierra que les juré.” (Deuteronomio 31:23) Dios hizo esa promesa a través de Abraham y Moisés para todo Israel.
Yendo por un momento al Salmo 118, los versos 1 al 4 llaman al pueblo de Dios a declarar “Para siempre es su misericordia.” Y el verso 5 empieza una sección que parece ser un testimonio personal o una exhortación. Como dice el verso 6 “Jehová está conmigo, no temeré lo que pueda hacerme el hombre.”
Después en Hebreos 13, hablando a los que estaban sufriendo persecución por la fe de Cristo, se aplica esa frase que era del Salmista, de Josué, y de Israel, a los cristianos. “Dios ha dicho ‘No te dejaré ni te desampararé,’ así que decimos confiados ‘El Señor es mi ayudador, no temeré lo que pueda hacerme el hombre.’” (V. 5-6) ¿Pero cuándo le dijo eso Dios a los cristianos? ¿Y cuando le dijo eso a los cristianos el Salmista? No necesitamos una hermenéutica complicada para justificar esta aplicación. Dios siempre le ha hecho todas esas promesas a todo su pueblo, y aunque el Salmista habla con las palabras “Yo” y “Me” él siempre creía que tenía esas bendiciones en común con el pueblo de Dios.
Pablo ilustra este principio cuando escribe, “Ya que tenemos el mismo espíritu de fe conforme a lo que está escrito, ‘Creí, por tanto hablé’ nosotros también creemos, y por tanto hablamos.” (2 Corintios 4:13) Esta es la forma correcta de aplicar la Biblia. Es impresionantemente sencillo, y es impresionante porque hay tantos que no comparten ese sentir. No lo comparten porque no tienen el mismo espíritu de fe. Pero los que sí tenemos el mismo espíritu de fe, cuando vemos que Dios le dice a Josué “No te dejaré ni te desampararé,” decimos “No me dejará ni me desamparará.” Cuando leemos que el Salmista dijo “El Señor está conmigo, no temeré,” nosotros también decimos “El Señor está conmigo, no temeré.” Vemos que él creía, por tanto hablaba; nosotros también creemos, por tanto hablamos igual.
Hay continuidad de la fe de Abraham a la fe de Moisés, de la fe de Moisés a la fe de Cristo, y de la fe de Cristo a la fe de todos los cristianos. Así como las promesas de Dios para Moisés le pertenecían a Josué, y las promesas de Josué eran de todo Israel, las promesas que Jesucristo le hizo a los apóstoles le pertenecen a todos los cristianos. Cuando les dijo, "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (Mateo 28:20), nos estaba prometiendo a todos que estaría con nosotros hasta el final.
Hay quienes hacen distinciones sofisticadas para cortar las promesas y poderes de los apóstoles hasta que nos queda una fe tan pequeña que nuestros predicadores y teólogos ya no sienten amenazados por ella. Dicen que eso aplicaba a la era apostólica. Pero los apóstoles nunca definieron una era, y las promesas que tenemos vienen desde las que Dios le hizo a Abraham, a Adán, y hasta a Cristo antes de la fundación del mundo. ¿Por qué la muerte de los apóstoles acabarían con algo que es para nosotros?
No, el problema es que no tienen el mismo espíritu de fe. Cuando Jesús le dejó sus instrucciones a los apóstoles, le dijo al Padre, "No oro por ellos solamente. Oro también por los que creerán por la palabra de ellos" (Juan 17:20). En ese contexto dijo, "Les aseguro que el que cree en mí también hará las obras que yo hago y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre. Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré." (Juan 14:12-14)
Nuestros predicadores y teólogos tienen mucho que explicar. Quizás todos tengamos que rendir cuentas por nuestros fracasos, y sufrir una reprensión que haga eco en la eternidad, "Hombre de poca fe, ¿Por qué dudaste?" Pero lo que esos tienen que explicar es el hecho de que ni siquiera quieren intentar. No reconocen la enseñanza, hasta intentan ocultarla y negarla, y poner a todo el mundo en su contra. No entran a este nivel de fe, y le prohíben a otros entrar. Ese no es el espíritu de fe, sino el espíritu de los fariseos, el espíritu del anticristo. Es el espíritu que lleva a la mentira, el asesinato, y la condenación.
¿No es suficiente? ¿Acaso Dios te tiene que repetir específicamente cada promesa para que creas? ¿Esa es tu excusa? ¡Necio! En Cristo todas las promesas de Dios son "¡Sí!" y "¡Amen!" No heredas un cacho de promesa aquí y otro pedazo de promesa allá. Has sido hecho coheredero de Jesucristo, y has heredado todo un pacto, un conjunto entero de preciosas y grandísimas promesas, hasta un Cristo entero, un Dios entero. Considerando esto, ¿Cómo te atreves a espetarle en la cara "Es que... es que yo no soy un apóstol"? Si tienes la audacia para pisotear la sangre del pacto, sería mejor que Dios la transformara en valentía santa, para que en vez de eso pudieras enfrentarte al diablo y a sus siervos.
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